Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1887-1888 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 22 de junio de 1888
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Romero Robledo
Número y páginas del Diario de Sesiones: 146, 4508-4509
Tema: Historia de la crisis pasada y propósitos del nuevo Ministerio

Yo en cambio, quiero que sea feliz para S.S. el día 22 de junio de 1888 y todos los demás días del año, porque no deseo a S.S. mal ninguno ni aun que le recuerden fechas que no es de buen gusto recordar.

Sólo he tomado la palabra para hacer algunas breves rectificaciones; consiste la primera en advertir a S.S. que el proyecto de ley del ferrocarril de Canfranc fue en absoluto independiente del Gobierno; que el Gobierno tuvo que limitar en mucho las aspiraciones de todos los Senadores y Diputados de aquella región, y hasta que oponer mucha resistencia; y que ya que no pude alcanzar otra cosa, por lo menos hice que S. M. la Reina no sancionara la ley hasta después del viaje. Pero ¿qué culpa tengo yo de que vinieran a Madrid Comisiones de los Ayuntamientos y Diputaciones de aquellas provincias, excitaran el celo de los Senadores y Diputados, y no dejaran, como no dejaron, vivir al Gobierno hasta realizar su propósito? ¿Qué culpa tengo yo tampoco de que, sin la iniciativa del Gobierno, trabajasen con su influencia natural unos y otros, consiguieran más pronto de lo que quizá hubiera convenido, la aprobación de aquella ley? ¿O es que porque la Reina iba a hacer el viaje a Aragón, nos habíamos de oponer a una cosa que el país deseaba? No tiene ninguna relación una cosa con otra; pero aún así, el Gobierno realmente sentía que viniera esa cuestión cuando S. M. la Reina realizaba el viaje a Aragón, porque cuando lo ofreció, nadie se acordaba, y menos el Gobierno y la Reina, de que se iba a tratar del ferrocarril de Canfranc.

No una, pues, S.S. una cosa y otra, porque están completamente separadas, y porque la una no hacía falta alguna para la otra. ¿Por qué, pues, las ha unido S.S.?

Debo hacer también una rectificación respecto de una supuesta irreverencia que dice S.S. ocurrió en Zaragoza; me parece que así lo ha dicho S.S. (El Sr. Romero Robledo: Es una apreciación mía). Pues si es una apreciación suya, la mía es que no sólo no hubo irreverencia, sino que lo que hubo fue un acto de exquisita reverencia. Lo que pasó es muy sencillo. Cualesquiera que sean las ideas de aquella personalidad a la que el Sr. Romero Robledo se refiere, iba en representación de una Academia a ofrecer una medalla en nombre de la misma, y dirigió a S. M. la palabra en nombre también de aquella Academia, no habiendo en su discurso palabra ninguna que no fuera de respeto, de consideración y hasta de cariño para S. M. ¿Dónde está aquí la irreverencia? ¿O es que S.S. cree que debemos tener al Rey como a los ídolos chinos, para que los vea de lejos y no se le pueda decir nada? (Risas).

Yo espero que esa personalidad proteste contra las palabras de S.S., porque no hubo en la intención y en los hechos irreverencia ninguna, que además el Gobierno no hubiese nunca consentido.

Debo declarar a S.S. que una parte de su discurso no la he entendido, y por lo tanto, no sé qué ha querido decir con eso de que inspira S.S. desconfianza. (El Sr. Romero Robledo: Ha sido ampliación al concepto de lo poco monárquico que soy, y que me lo ha estado diciendo S.S. toda la tarde). Es, Sr. Romero Robledo, que hay algunos que son muy monárquicos y hacen daño a la Monarquía, como hay muchos que son formales y cometen locuras; pero esto yo comprendo que depende del temperamento de cada uno, de su carácter y de otras muchas causas.

Pues si se hace S.S. daño a sí mismo, ¿qué extraño es que haga daño a las instituciones que trata de defender? Le sucede esto por ese continuo movimiento, por ese continuo ir y venir en que ha estado S.S. toda la vida. (El Sr. Romero Robledo: ¿Yo? ¿Toda mi vida?). ¡Pues apenas! Su señoría estuvo conmigo y se fue de mi lado, con sentimiento mío, para ir con el Sr. Cánovas del Castillo; después se alejó del Sr. Cánovas y se unió al Sr. López Domínguez, y luego ha dejado al Sr. López Domínguez, y yo no sé dónde irá ahora, porque ya no hay en la Monarquía más sitios. (Risas. -El Sr. Romero Robledo: ¿Quiere S.S. que le haga un poquito de propia historia?). Hágala S.S. si quiere; pero yo no me he movido de donde estoy.

Yo no he dicho esto por lastimar a S.S., sino solamente para que comprenda que con sus precipitaciones puede hacer daño a aquello que quiere defender.

Declaro que no tengo noticia de ciertas indicaciones que ha hecho S.S., y como no sé nada de eso, no debo contestar. En absoluto me es desconocido cuanto [4508] ha dicho S.S. respecto de ciertos recelos y de desconfianzas. Yo no los tengo, se lo puedo asegurar a su señoría.

Por lo demás, S.S. puede tener la idea que quiera de las fuerzas que manda y de la opinión que dirige en el país; yo en eso no he de contradecir a S.S.; cada cual vive con las ilusiones que quiere, y yo, que nunca he querido quitar las ilusiones a S.S., menos se las he de querer quitar ahora que parece que no está bien de salud. (Risas). [4509]



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